Sin ánimos de hacer profecías baratas, y en plena responsabilidad de lo que implica hacer una aseveración similar, Venezuela en realidad podría cumplir su sueño de ser libre de la dictadura de Nicolás Maduro en 2020, y las razones para ello son muy claras, porque ya no dependen de este país sino que se basan en el contexto político por el que atraviesa Estados Unidos en estos momentos.
El destino de Venezuela parece jugarse ahora sobre la mesa de póker de dos enormes potencias: Rusia y Estados Unidos. Para nadie es un secreto que tanto la administración de Donald Trump, como la de Vladimir Putin, tiene intereses en concreto sobre el país con las mayores reservas de petróleo del mundo.

Pero más allá del cliché desgastado, de la creencia de que Venezuela es “la olla de oro” que todos quieren (que quizás alguna vez sí fue pero ahora es irrelevante hablar de riquezas), la libertad de este país en realidad también representaría una victoria política clave para la reelección de Donald Trump, en 2020.
Así que… En teoría, más allá de una apropiación de riquezas ¿si Donald Trump “libera” a Venezuela, u “obtiene esta victoria”, da un paso más para ganar la reelección en 2020?
Esta pregunta, aunque es bastante simplista a conveniencia, refleja un poco lo que se ha movido de fondo en los últimos años para Estados Unidos, en donde el presidente urge de sumar victorias a su administración. Recordemos que Donald Trump ha sido debilitado por una serie de escándalos (tanto por la asociación con Rusia para las pasadas elecciones de 2016, como por aquellos amorosos que protagonizó con varias mujeres, entre las que se incluye una estrella porno), recordemos que también ha tenido grandes inconvenientes en cumplir las promesas que hizo a sus votantes cuando fue electo por primera vez: tal como el muro fronterizo, la estabilidad con Corea del Norte, el “auge de la economía”, bajar la criminalidad, etcétera.
Sí, en general, frente a un declive de popularidad entre los republicanos, “sumar victorias” es positivo para Donald Trump, eso es cierto, pero también es cierto que hablamos de un presidente que tiene por afición maquillar la realidad: alguien que cree más en decir que todo está bien que en llevarlo a cabo.

Cuando la administración de Estados Unidos se interesó por primera vez en la libertad de Venezuela parece que habían considerado dos cosas en simultáneo: la primera, que esto sería una victoria para llamar a votantes y la segunda, pensaron que sería fácil llevar los hilos de un país tercermundista. En la primera quizás tuvieron un acierto, en la segunda, un grave error.
La dictadura que rige en estos momentos a Venezuela no solo controla una enorme red de corrupción y narcotráfico que se esparce por América y que tiene contactos en altos mandos de numerosos países, sino que además, este gobierno impuesto cuenta con cierto grado de apoyo de Rusia, así que no estamos hablando de algo que se pueda resolver con sanciones económicas y discursos “desafiantes”, como si eventualmente, y por simple “miedo”, Nicolás Maduro se hubiese retirado del poder que sujeta como capo de mafia.
En vista de esta situación tan compleja, de la hambruna generalizada y del hecho de que Venezuela se acaba de convertir en el país con más solicitudes de asilo en el mundo (sí, superó a Siria en guerra), Donald Trump vuelve a mirar sobre esta y señala en otro discurso, a medias, algo como que “faltó fuerza sobre Venezuela”, con un desánimo que ha sido criticado por funcionarios de su propia administración.

Aún así, con este ánimo de desdén, Donald Trump hizo una especie de promesa sobre Venezuela, así como la hizo sobre el muro fronterizo, la reducción de la inmigración de indocumentados, el auge de la economía, el retorno de las empresas estadounidenses y otras más.
El presidente sabe que tiene promesas por cumplir y que debe llenar una lista de logros para cuando se acerquen las elecciones presidenciales en 2020, a fin de convencer a sus seguidores. Y aunque sigue siendo un candidato muy fuerte, otro candidato demócrata se asoma entre los principales para enfrentarse a él, este sería el exvicepresidente Joe Biden, popular y querido desde que tuvo una carrera impecable bajo la administración de Barack Obama.
Sí es cierto que para ganar los comicios, Donald Trump simplemente podría arriesgarse a mentir y sonreírle a su séquito (como ha hecho hasta ahora), podría decir abiertamente que mejoró todo lo que debía mejorarse y que no hay mejor presidente que él, pero también es cierto que podría simplemente cumplir alguna de sus promesas y solventar la crisis política en Venezuela, porque esta incluso le daría votos de demócratas.

Venezuela pasó a convertirse en el único punto en común entre los demócratas y republicanos que debaten día a día en el Congreso de Estados Unidos. Difícil, increíble, imposible, pero cierto. Por razones diferentes y desde ángulos contradictorios, en realidad el Congreso puede tener una decisión bipartidista (por mayoría) sobre la idea de remover la dictadura sobre este país americano, pero si Donald Trump va a tomar este paso definitivo, lo hará a conveniencia y cuando se acerquen las elecciones presidenciales para sumar una ola de votantes, en un último recurso por liderar todas las encuestas.
Así que, aunque existen intereses claros de fondo, si Venezuela tiene alguna oportunidad de salir de la dictadura, podría hacerlo realidad en 2020 y no antes, y no después, porque su libertad solo es “conveniente” cuando se traduce en votos.